viernes, 3 de octubre de 2008

releer mil veces


Y cabrearse dos mil. Por lo menos.Ese es el proceso que hay que seguir, o el que yo sigo por lo menos, con algunas obras antiguas que no parecen querer enderezarse.A lo mejor lo más sensato sería darlas por abortivas y olvidarse de ellas de una buena vez, pero lo cierto es que hay ideas que surgieron en un momento dado y que siguen con esa vena palpitante de lo que podría concluir en algo imporrtante si un día brillase la arista adecuada.Pero cuando te lees a ti mismo desde una distancia de cuatro o cinco años, corres el riesgo de descubrir lo mal que escribías entonces, o peor aún, lo bien que lo hacías y el hálito o la espontaneidad que has perdido. En cualquier caso, recuperar ese pulso es tarea más difícil que encontrar la idea o el enfoque bueno. El empeño es parecido a tratar de terminar la obra inconclusa de otro: porque el que fuimos ya no existe.Y no vuelve ni con la ouija.

No hay comentarios: