viernes, 3 de octubre de 2008

De jurados (II)


Luego vas y te pones a leer los relatos. Te pones con buen humor, con ganas y a un ritmo que en una hora o dos horas diarias terminas en cosa de quince días. Pero el caso es que hay ciento y pico relatos, y tienen ocho folios. Mil folios largos.Coges el primero, y empieza a contarte la historia de un tipo que nació en un sitio muy chungo, que lo pasa muy mal y que está pensando en buscarse un futuro mejor. Siete folios de nada con estilo redacción. Al principio te da cargo de conciencia, pero en cuanto echas un vistazo al montón de los que quedan, lo pones para la columna de la izquierda.Yo es que en eso funciono como Dios Padre en el Juicio Final.El segundo que coges del montón habla de algo más interesante, pero utiliza a todas horas verbos del tipo hacer, decir, ser, ir, estar y tener. Se te ocurre que si el autor es birmano merece tal vez un premio, pero si no, no. Lástima si era birmano, porque se fue a la izquierda también.El tercero te interesa. Lo lees entero. Lo marcas y va a la derecha.Y cuando vas a ponerte con el cuarto te das cuenta de que llevas casi veinte minutos.Y entonces es cuando, ya el primer día, empiezas a cogerle manía a los que utilizan letra pequeña, o cursiva, o decorativa, o los que vienen con encuadernaciones molestas. Y al que escribe clarito lo lees más animado.¿Tendencioso? No. Humano.Florituras de impresora, las justas, por favor. Y a la hora de pensar un tema, tened en cuneta que si hay otro que habla de lo mismo, el segundo que lees es el que está repetido. Evitad esos riesgos y sed un poco originales, caray.Digo.

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