![]() |
Catedral gótica, según reconstrucción hecha a mano de lo descrito por un conocido autor en las páginas de su libro |
En estos casos, siempre menciono a Noah Gordon y su novela el diamante de Jersualem, en la que un personaje salía a caballo de León, perseguido por otro, que pocos minutos después le daba alcance justo antes de que el primero llegas a Gijón.
Supongo que si escribes desde EEUU, la distancia entre León y Gijón son dos manzanas, pero en ese caso habrá que dar también por hecho que la diferencia entre un novelista y un tuercebotas es aún menor, y que buena gana tiene uno de pensar que nada de lo que cuenta este tipo en su novela puede parecerse a la realidad.
Dejando en paz al señor Gordon (que en general se defiende bastante bien con la documentación, o lo defienden entre muchos, vaya...) lo cierto es que el novelista siempre tiene lagunas, porque ni sabe de todo, ni puede entender de todo.
Así que si te vas a meter a describir las tareas de una profesión, infórmate.
Un botánico no puede hablar de esas florecillas pequeñitas y azules.
Las herramientas del escultor tienen nombre.
Las novelas náuticas son complicadas de escribir y aburridas de leer porque en el mar parece que se habla un idioma aparte.
Y los constructores de catedrales, por cierto, no ponen y quitan piedras en arcos grandes que sujetan cosas.
Y no me pidáis nombres...
2 comentarios:
Qué razón tienes, nostramo :)
También son insufribles los libros en los que el autor se empeña, antes que nada y a toda costa, en demostrarte cuánto se ha documentado.
Y aquí es donde volvemos al justo medio de Aristóteles.
Saludos.
Publicar un comentario