miércoles, 8 de enero de 2014

Cuando el autor del libro habla a bulto...

Catedral gótica, según reconstrucción
hecha a mano de lo descrito por un
conocido autor en las páginas de su libro
De todos los defectos que se pueden encontrar en una novela, uno de los peores es el de la falta de documentación, o la acumulación de bobadas por falta de seriedad. Un error lo tiene cualquiera (y yo he apuntado en un cuaderno aparte los míos), pero lo deseable es que se produzcan por haber fallado en un dato antes que por no haberlo consultado.

En estos casos, siempre menciono a Noah Gordon y su novela el diamante de Jersualem, en la que un personaje salía a caballo de León, perseguido por otro, que pocos minutos después le daba alcance justo antes de que el primero llegas a Gijón.

Supongo que si escribes desde EEUU, la distancia entre León y Gijón son dos manzanas, pero en ese caso habrá que dar también por hecho que la diferencia entre un novelista y un tuercebotas es aún menor, y que buena gana tiene uno de pensar que nada de lo que cuenta este tipo en su novela puede parecerse a la realidad.   

Dejando en paz al señor Gordon (que en general se defiende bastante bien con la documentación, o lo defienden entre muchos, vaya...) lo cierto es que el novelista siempre tiene lagunas, porque ni sabe de todo, ni puede entender de todo.

Así que si te vas a meter a describir las tareas de una profesión, infórmate.

Un botánico no puede hablar de esas florecillas pequeñitas y azules.
Las herramientas del escultor tienen nombre.
Las novelas náuticas son complicadas de escribir y aburridas de leer porque en el mar parece que se habla un idioma aparte.
Y los constructores de catedrales, por cierto, no ponen y quitan piedras en arcos grandes que sujetan cosas.

Y no me pidáis nombres...