viernes, 3 de octubre de 2008

En los Monegros


Toca hoy comentar la obra de un amigo, y eso siempre es un peligro como ya dije por ahí abajo, porque sucede a menudo que al resto del personal le importa un carajo lo que cuentas, y el amigo te mira con lupa cada palabra en busca de alguna canallada oculta.En este caso, la lupa se la puede ir ahorrando, porque lo que haya que decir se dirá bien gordo.El libro en cuestión es “el crimen de los Monegros”, último premio jaén de novela, y publicado por la editorial Mondadori, una de las grandes y las gordas, y el autor, David López Hernández, otro de estos escritores de apellidos checoslovacos que tienen que apoyarse en su obra para el marketing porque el nombre los distingue malamente.La novela habla de un crimen en medio de un turbión de lluvia en el desierto de los Monegros, allá por Huesca y allá por el año setenta y cinco. Una conocida personalidad de uno de aquellos pueblos aparece muerta justo cuando Franco agoniza y todo el mundo espera averiguar el significado de la desaparición del generalísimo. Y además, llueve y se cortan las carreteras. Y las comunicaciones. Y Monegros queda más aislado de lo que siempre estuvo, con lo que a cargo de la investigación del crimen queda un cabo de la Guardia Civil que en su vida se vio en otra.Por ahí van los tiros. O las cuchilladas. O los estacazos en la cabeza.La ambientación es realmente magnífica. El autor consigue ponernos en aquella época y en aquellos pueblo del Instituto Nacional de Colonización con verdadera maestría. Se masca el polvo, se oye el viento y pesa el aburrimiento, o el tedio, o la fosilización paulatina de la vida. La ambientación es cojonudísima.Los personajes están muy bien construidos. Los nombres que van pasando por la novela son personas de verdad y uno trata de comprenderlos. O de ponerse en su lugar. O de huir de su lugar. La unión de personajes y ambientes hace que el escenario sea perfectamente creíble.Incluso la trama es creíble y suscita el interés uy la curiosidad del lector, hasta las dos terceras partes del libro. Luego, la historia hace aguas, mayores y menores, hasta un final que no se cree ni el lector, ni el autor, ni la madre que nos parió a todos.Pero vale la pena leerlo, aunque sólo sea para ver como puede escribir un tío de veintiocho años, con que consistencia y con qué contundencia, y qué cosas podrá escribir en cuanto consiga tener una novela cerrada en la mente antes de ponerse a escribirla del todo. Porque lo que tiene el autor es que curra como un animal. A veces demasiado, hombre. Demasiado. Y puede convenir currar menos y pensar otro poco.Digo.Y ahora esas dos leches que me debías.

No hay comentarios: