domingo, 22 de septiembre de 2013

El guiri que mató una novela. Técnica literaria

Si los andaluces no cecean por escrito,( y no lo hacen),
los alemanes y los rusos tampoco arrastran las erres.
Que sí, que a veces conviene meter a un extranjero en una novela, ya sea como víctima, como criminal, como amante o como espía. Pero por mucho que nos guste el realismo, no hay que aburrir al lector con todas y cada una de sus palabras mal pronunciadas, sus errores gramaticales y sus latigazos al diccionario.

El lector agradece que se le  recuerde que está leyendo las palabras de un extranjero, pero eso se puede acotar tras el guión del diálogo, o limitarse a un par de extrañezas en el modo de hablar, sin necesidad de abusar de la capacidad criptográfica del que está leyendo.

El mayor peligro al hacer hablar a un extranjero es caer en la caricatura, o peor aún, en el humorismo que desvirtúe lo que queremos que el extranjero diga. Si va a mezclar palabras de su propio idioma con las del nuestro, hay que evitar que desconozca en castellano justamente las primeras palabras que aprendería.  Es una ridiculez que tu chica diga, "tráeme las medias de encima de la cómoda. Mercí." Sabe decir medias, sabe decir encima y sabe decir cómoda, pero no sabe decir gracias. Venga, hombre, no me jorobes...

La mayor parte de las veces, este tipo de párrafos muestran más la ignorancia del autor que la de su personaje. O aún más grave: las ganas del autor de demostrar que chapurrea no sé qué lengua, y que encima la chapurrea mal.

El otro extremo, que también lo he visto, es el personaje que no es capaz de entenderse con nadie, que está infiltrado en un país extranjero, y que de pronto rompe a hablar con su confidente o con el interrogador como si hubiera sido alcanzado por el don de lenguas. Un tipo que no habla tu idioma en la página treinta sigue sin hablarlo en la páginas trescientos, a no ser que haya pasado año y pico como mínimo. Si no, el lector acaba pensando que más que espía o asesino a sueldo debería ser intérprete de la ONU.

Por tanto, y como consejo, demos por hecho que todo el mundo habla de todo o no habla nada en absoluto, y pelillos a la mar.

Cualquier otra opción es complicarse la vida.


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