martes, 3 de noviembre de 2009

Las razones de peso que se aligeran ( y viceversa)


Ando estos días con una novela sobre la irracionalidad, y os aseguro que es complicado.

Cuando de lo que se trata es de mover a la gente por impulsos, hay que nadar entre dos aguas: por un lado, las razones que aducen los personajes, o las que cayan pero se dejan entrever, tienen que seguir siendo convincentes para que el lector no piense que se le toma miserablemente el pelo. Decir cualquier cosa puede fomentar la libertad y todo lo que queráis, pero lo que en realidad fomenta es la vagancia.

Pero por otro lado, de lo que se trata es de hacer notar el peso de lo irracional en la conducta humana, con lo que si los argumentos son demasiado razonables fracasamos por exceso de celo. El protagonista tiene que comprtarse de un modo irazonablemente irracional, o irracionalmente razonable; y si no, no es un personaje, sino un sorteo.

Quizás en estos casos haya que tener en cuenta aquel viejo aserto médico que afirmaba que un loco es una persona que razona perfectamente, pero partiendo de premisas equivocadas.

Y tampoco es eso.

Maldito matiz.