lunes, 4 de octubre de 2010

EL GRIS. Matar puede ser un modo de evitar el miedo a la muerte

Qué fuerza es más poderosa para hacer que un ser humano luche, el amor o el orgullo? Esa es la gran pregunta que plantea esta novela, donde nada es blanco o negro, donde los personajes pueden cambiar su postura ética como si fueran personas reales.


Todo vale paraluchar contra los propios miedos.

Si os ha gustado Schlink y la saga de Selb, o su inquietante obra El Lector,no dejéis de leer esta novela, quizás la más parecida en la literatura española al famoso autor alemán y puede que incluso un poco más dura en su planteamiento moral. EL GRIS podría ser una novela de Schlink si no fuese porque Javier Pérez, su autor, parece confiar menos en el alma humana que el escritor alemán.




EL GRIS es una novela que no deja indiferente, aunque sólo sea por el punto de partida: un hombre que no puede dormir porque teme que si se duerme no despertarña nunca necesita fa,miliarizarse con la muerte y para ello empieza a matar.



En las primera páginas nos dicen ya quien es el asesino, y luego, durante el resto de la novela, el autor nos enfrenta al terrible dolor del asesino y a la tenacidad despiadada del comisario que lo persigue, haciéndonos dudar sobre a cual de los dos entendemos mejor.



En EL GRIS nadie es bueno o malo desde un principio y hasta le final. No podemos conocer la moralidad de un personaje sólo por su papel, proque todos son humanos. Puede haber delincuentes piadosos, y delincuentes desalmados. Policías bonadososos y policías terribles. Puede haber incluso nazis buenos y nazis malos, en aquellos años veinte donde cada cual luchaba férreamente por su vida y su supervivencia.



Se trata sin duda de una de las mejores novelas negras que he leído en los últimos años, con una trama policiaca vibrante y sin los trucos típicos de la novela con adivinanza dond eel lector debe averiguar quién es el asesino. Aquí, ya lo sabemos. El problema es saber de parte de quién estamos.

Julia Manso

miércoles, 18 de agosto de 2010

La jodida familia

Vale, de acuerdo: los personajes de tus historias tienen que tener familia, porque normalemente no se bajan de un OVNI para aparecer en lo que escribes y pertenecen a un entorno social, cultural y todo lo que quieras. Cierto.


No obstante, eso no significa que al lector le vaya a interesar el bricolage del padre del protagonistsa, el ganchillo de la abuela y el grupo en el que toca el hermano pequeño. Las conversacionea que nunca tuviste en casa, y las respuestas que no s ete ocurrieron a tiempo en las discusiones familiares, te las guardas. Es jodido, pero es lo que hay.

A menudo, por aquello de aportrar veracidad a lo que escribimos, acabamos por meternos en cominerías que carecen de toda relevancia, y la familia es uno de los peores agujeros donde puede atascarse un autor: la familia del protagonista aparece si es tema de la obra, y si no, sale meramente como decorado o no se la menciona en absoluto.

La segunda opción suele ser mejor. Lo demás se presta demasiado a trucos, tópicos, kitsch, y otros despeñaderos narrativos por el estilo.

jueves, 5 de agosto de 2010

Si tu chica no te cae bien (o se pasa)

El exceso de simpatía también es una especie de muerte social, y esos personajes que se crean para que todo el mundo los adore son como momias creativas que nos meten de rondón en el museo de Bellas Artes sin darse cuenta de que su situio está más bien en la sección arqueológica.

Uno de los problemas más gordos que podemos encontrar al leer una novela es que tu protagonista, la chica que se supone que tiene que atraer la enmpatía del lector, sea una versioón femenina de Pepito Grillo, o tan sumamente perfecta que nadie sea capaz de identificarse con ella.

Los personajes, en general, deben tener luces y sombras, y esos tipos de mirada perfecta o las chicas de curvas maravillosas no dan credibilidad a una novela, sino que más bien muestran la incapacidad del narrador de salirse del topicazo.

¿Y por qué he elegido el caso femenino para el título? Porque tengo visto que son las chicas, precisamente, las que suelen estar peor dibujadas en la literatura actual.

A fuerza querer ser correctos y no atribuirles caracteres que puedan ser criticados, hemos acabado por hacer desaparecer de la literatura a las mujeres reales.

Lee la descripción de tu personaje y si a no logras que a ti te caiga bien, desconfía. Y si le cae bien a todo el mundo, desconfía más aún.

Y recuerdo que lso lectores no son gente perfecta, y normalmente no son tampoco nazis a los que cualquier imperfección física les eche para atrás. Que tu personaje sea real depende en parte de estos pequeños defectos. Búscalos y escóndelos delante de los ojos del lector, peor no digas que no existen. Será peor.

lunes, 31 de mayo de 2010

La estética del perdedor es un acto de regodeo

Me paso la vida diciendo que la pobreza no es una cualidad moral y lo pienso de veras: se puede ser pobre y honrado, y también se puede ser pobre y un perfecto hijo de puta. La pobreza, por tanto, ni nos mejora ni nos empeora.

¿Y a qué viene este ataque de la armada de lo obvio? A que empiezo a darme cuenta de que hay cosas que es obligatorio decir, porque alguna especie de monstruo maligno nos ha comido la lógica.

Ser pobre es una mierda. La necesidad afila el ingenio, sí, pero que te afilen no es buena cosa. Y estar afilado tampoco da mucha confianza a los que te rodean, que acaban alejándose de ti por simple prudencia. Los pícaros y los pillos que tanto nos gustan en las historietas no nos gustan tanto como vecinos. Los descuideros que parecen graciosos en la literatura son los mismos que te obligan a estar siempre pendiente de si dejaste o no cerrada la puerta de la terraza y te acaban haciendo perder el tiempo y el sosiego en cosas distintas a las que querrías que te ocupasen.

Perder las guerras es malo, porque no existe ninguna estética del perdedor fuera de la épica de su resistencia, que no tiene que ver con perder, sino con resistir, que es otra cosa. El que se apoya en la barra del bar a rumiar sus penas con un cigarrillo a medio apagar entre los labios no está resistiendo. Está regodeándose. La estética del perdedor es, casi siempre, la estética del regodeo, o una simple pose para justificar su rendición. Y que me perdone Alvite, al que admiro, pero los derrotados de bar son casi siempre escombros que todavía no han pasado a recoger los del servicio municipal de limpieza.

¿Y por qué me pongo a hablar de semejante cosa con la que está cayendo? Porque tengo la impresión de que esta crisis ha servido para que muchos crean abierta la veda de la lamentación pasiva, esa clase de lamentación que lleva a no hacer nada, no intentar nada y no emprender nada, porque los tiempos están malos.

Si la derrota es hermosa y la estética del perdedor nos convierte en interesantes, entonces no vale la pena hacer nada, ni intentar nada, ni salir del agujero donde tan a gusto empezamos a sentirnos.

Luchar es la única religión.

Creo yo.

viernes, 26 de marzo de 2010

La profecía de Jerusalem. Teodosio en Hispania. (Margarita Torres.)

¿Cual es la Profecía de Jerusalem? Probablemente la misma que la pregunta de Pilatos, pero mantengamos el misterio, advirtiendo, esosí, que en literatura todo es estética, y el título no le hace justicia a un libro que se aleja de los tópicos del género para crear su propio escenario en la que la magia no reside en lo oculto, como sucede tan a menudo en estos tiempos, sino en ese Camino de Santiago que aún podemos visitar. Camino geográfico y más aún, camino de Occidente como cultura y voluntad.

La Profecía de Jerusalem nos cuenta la historia de los últimos destellos de fuerza y coraje de un imperio moribundo. A partir de Juliano el Apóstata y su convencimiento de que una doctrina blanda y humanitaria como el cristianismo estaba en la raíz de la decadencia, Margarita Torres nos lleva por la vida y la sociedad de la Hispania romana con un elegante equilibrio entre el rigor histórico y una trama dinámica y vibrante.

La historia, cuando se mira y se vive con pasión, puede ser el mejor argumento: en medio de las guerras civiles pro el control de Roma, el general Flavio Teodosio, padre del que luego sería emperador del mismo nombre, es enviado a distintas partes del Imperio a tratar de sostener un orden cada vez más precario. Logra unificar Britania combatiendo contra distintos pueblos y logra también reducir a los rebeldes del Norte de África.

La política imperial se mezcla con las pasiones personales cuando el general Flavio Teodosio, pagano convencido, salva el Imperio para entregarlo a su hijo, cristiano ferviente, sabiendo que su lucha por el salvar el Viejo Mundo ha sido en vano, pues quizás él era su último baluarte. Así, la búsqueda de Teodosio de un lugar en el que retirarse y de un reducto donde mantener intacta la esencia de lo que ama, se convierte en una especie de camino iniciático que a la vez va con el cristianismo, y contra él, como toda semilla que muere al germinar en fruto.

Quizás lo mejor de la novela sea cómo Margarita Torres ha sabido transmitirnos esa idea tan cercana a Teodosio de que “no importa por qué luchamos, si nuestra causa es justa o no o si ganamos o perdemos: importa sólo luchar. Hasta alcanzar la vitoria, cuando se vence. Hasta no avergonzarse de la derrota, cuando se pierde.”

La historia es una abstracción intelectual, pero también y ante todo, la historia es humanidad y corazón. En esta novela no echarán en falta nada de eso: ni inteligencia, ni humanidad, ni corazón.

No se la pierdan.

martes, 2 de marzo de 2010

Las obras viejas

Y de pronto te encuentras con que acabas de vender una novela del año 97, que entonces creíste muy actual y moy moderna, y ahí es donde te divides en dos: por un lado, puedes pensar que eras un hombre adelantado a tu época y que fuiste por delante del gusto de la masa y de los tiempos.
Por otro, te sinceras contigo mismo, y te preguntas si no habrá pasado lo contrario: que la sociedad se ha vuelto más cutre, más triste, por la crisis el paro y todas esas cosas que nos acorralan, y que una novela un poco triste, sobre los años cincuenta, tiene ahora más salida que hace trece años.
Lo siento por mi vanidad, pero me temo que va a ser lo segundo.
Los que creen que se adelantan a sui tiempo es porque han olvidado aquello del eterno retorno.