viernes, 1 de noviembre de 2013

Cascársela ante el espejo y contar lo que sientes

Pues sí, perdonad que el título sea tan bestia, pero a eso se reduce buena parte de las novelas que he leído últimamente: un tipo cree que sus vivencias son muy importantes, y por si alguien duda de ello, lo remarca varias veces a lo largo del texto, diciendo que todos somos únicos y que cada ser humano es un universo de sensibilidad, con sus matices.

pues vale: cada ser humano es un Universo, pero la astronomía de unos interesa más que la de otros, y la astrofísica de la simpleza da, como mucho, para simplonerías, y no para novelas.

la trama de una novela no puede ser un largo recorrido por descripciones de lugares y personas, ni una narración en las que se nos cuentan las tonterías que alguien se le pasan por la cabeza.

Cuando al lector no le importa una mierda lo que va a pasar en la página siguiente, o aún peor, en las diez o cien páginas siguientes es que nos e ha creado trama alguna. la existencia de una trama se basa en la existencia de un conflicto que el lector se interesa por resolver o al menos por reflexionar.. La ausencia de conflicto es ausencia de trama y, por tanto, de novela.

Puede estar muy bien presentar al protagonista, y decirnos dónde vive, y contarnos su infancia, y acto seguido hablarnos de su madre, y de lo mal que lleva la menopausia, y de su padre, y de cómo se ha vuelto gordo cervecero, y de lo putilla que es su hermana pequeña, y de lo listo que es su perro, que lo entiende todo, pero si eso es todo lo que tiene que contarnos el autor, si no es capaz de llegar más allá del narcisismo de sus pequeñas venganzas (con nombre cambiado), de sus ajustes de cuentas y de sus absurdas obsesiones de personas sin importancia, la novela que escriba será eso: una novela sin importancia.

La novela debe ser universal. El localismo es un defecto grave. El localismo salvaje de un individuo con sus espinillas (aunque sean espirituales) ya es absolutamente insoportable.