sábado, 4 de diciembre de 2021

La sociedad performativa

 

Hace poco he descubierto un concepto nuevo: la sociedad performativa. Le llaman así al gusto de nuestra sociedad por aparentar que sostiene determinados conflictos cuando de lo que se trata es de mantener la tensión y la emoción de las cosas, pero eliminando o reduciendo drásticamente sus consecuencias.

Este concepto parece clave en el mecanismo para mantener el control social, pues consiste en darle a la gente la sensación de poder oponerse a lo que considera indeseable cuando en realidad no hay protesta que valga, pues las consecuencias de la protesta, calculadas de antemano, llegarán solamente a lo previsto, que es lo superficial, pero nunca a lo profundo del sistema.

O lo que, para decirlo con lenguaje de andar por casa, viene a ser hacer la revolución dando a me gusta en Facebook, reenviando un tweet, u organizando una manifestación de manos blancas contra la violencia. Cualquier cosa que dé la impresión de implicarse cuando en realidad significa pasar de todo, en suma.

Los valores que esta sociedad defiende son el placer, el consumo y el derecho a estar a salvo de cualquier amenaza, ya sea física, sanitaria y hasta se pretende que psicológica (derecho a que nada te ofenda). A cambio, se acepta que se restrinja cualquier libertad que suponga resistirse al Gobierno o a las autoridades, como la libertad de expresión, el dinero en efectivo, o la privacidad, hasta llegar a un estado que algunos autores llaman "despotismo amable", y otros, "la crianza del ciudadano como mascota".

En general, un joven en paro es alguien peligroso, que puede caer en el extremismo y hasta la violencia, cansado de su falta de esperanza, pero en la sociedad performartiva, con un canuto de marihuana y una videoconsola, se convierte en alguien que protesta sólo en voz baja, y que si toma conciencia de su situación, en vez de quemar la calle, emigra.

La prueba de que la mayor parte de las protestas son meramente performativas es que, en cuanto aparece el menor conato de violencia, un amplio sector de los que protestaban, vuelve a sus casas y se desvincula de la movilización, aceptando que ha caído en manos de radicales.

Así se perpetúa la naturaleza de juego de cualquier protesta: mientras el acto sea lúdico, no tiene consecuencias y es apoyado por todos. Cuando nos acercamos a las consecuencias, llega el rechazo.

Lo performativo es pacífico, tranquilo y civilizado. Pero también infantil y falso. Yterriblemente conservador y reaccionario, por más qu eparezca progresista en muchas ocasiones.


domingo, 28 de noviembre de 2021

Las vacunas y la estadística

 

Vamos a partir de este gráfico sobre lo que se sabe a día de hoy de la duración de la eficacia de las vacunas. Si alguien quiere leer la fuente completa, es la revista Science.

Aproximadamente tenemos que por cada vacunado que se infecta, se infectan 10 personas sin vacunar. Pero eso, en el primer mes...

Si suponemos que un país tiene 100 millones de habitantes, y que se ha vacunado al 90% de la población, nos encontramos con que el primer mes hay 19 millones de personas en riesgo. Es decir: los 10 millones no vacunados, más un 10% de los vacunados.

El índice de vacunación es muy muy grande, porque el 90% es una cifra difícil de alcanzar, pero aún así, una población de riesgo de ese tamaño puede asolar cualquier sistema sanitario.

La cuestión es que al mes de la gigantesca campaña de vacunación, ya estamos en el 82% de eficacia. Y tenemos, pues, 10 millones de no vacunados más 16,2 millones de vacunados ineficazmente. 26,2 millones en total.

Al cabo de dos meses, estamos en una eficacia del 75%. La población vulnerable es 10+ 22,5 = 32,5 millones de vulnerables.

Al mes siguiente tendremos 40 millones de vulnerables.

Y al mes siguiente, casi 60 millones, lo que es más de la mitad de la población.

Mi conclusión es que es importante, muy importante, reducir esa base inicial de no vacunados, y tan importante como eso, renunciar a la falsa sensación de que el vacunado no se infecta.

Estos dos errores son los que han dado lugar a que las olas se sigan repitiendo tanto en los países con altas tasas de vacunación como en los que tienen tasas más bajas.

Es importante reseñar también, porque parece que hay gente que no lo entiende, que un no vacunado no es necesariamente un infectado, y que un vacunado no es necesariamente alguien limpio, o inmune.

Los vacunados se infectan menos que los no vacunados, mucho menos, pero en cuanto se aplican los grandes números, la suma puede colapsar igualmente cualquier sistema sanitario a no ser que se mejore la duración de las vacunas o se vacune a toda la población cada pocos meses.

De hecho, con la gráfica que publica Science, y si aceptásemos que la inmunidad de rebaño se alcanza con un 70% de la población inmunizada, esto sólo se conseguiría vacunando al 100% de la población cada tres meses y medio aproximadamente. 

Suerte con eso...