Dicen que el triunfo de la modernidad está en haber concedido al hombre un tiempo de ocio del que antes carecía. Durante mucho tiempo, se trabajó de sol a sol, y la gente tenía que afanarse en jornadas infinitas para ganarse el sustento, pero luego llegaron los fines de semana, las vacaciones pagadas y la jornada de ocho horas.A mí, cuando oigo esas cosas me da la impresión de que me están tomando el pelo, comparando los tiempos actuales con épocas peores dentro de las muchas épocas posibles. Hoy en día hay más ocio que en el siglo XIX. Eso, por supuesto.Es posible incluso que si se hace la suma se trabaje hoy menos que nunca, pero que tampoco nos vendan la moto: trabajar de sol a sol en el campo significa que se trabaja un montón de horas en verano, pero también que no se hace prácticamente nada en invierno. Trabajar en la antigüedad era duro, como lo era todo, claro que sí, pero en el calendario medieval, pro ejemplo, se computan casi noventa fiestas de guardar, y ahora tenemos doce.Si a eso unimos que el ocio se llena de curiosas y sobrevenidas obligaciones, queda preguntarse si en realidad el ocio que disfrutamos no será una especie de subproducto de la jornada laboral, como el serrín lo es de la madera.Yo, por lo menos, entre tarea menuda y cominería, no encuentro hueco, un hueco de veras, para hacer durante un espacio prolongado lo que quiero: sentarme a escribir todo seguido, sin interrupciones.Cualquier día me echo al monte.
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