Tal vez una de las pruebas más duras a las que ha de enfrentarse un escritor es la comparación consigo mismo.Parece evidente que con el tiempo, el esfuerzo y la experiencia, cada vez se escribe mejor y con más fluidez, pero a veces echa uno la vista atrás, a un texto cualquiera de hace unos cuantos años, y aunque semejante ejercicio deja la satisfacción de corregir mentalmente este o aquel defecto, queda también a veces la amargura de saber que la ligereza, la brillantez de algunas espontaneidades y no sería posible hoy.Y no es que la espontaneidad sea mejor que el conocimiento, que nunca fui partidario de esa idea adolescente tan de moda hoy en día, sino que el que explora es siempre más original que el que camina por un sendero conocido. De originalidad hablo, que no de calidad, por esta vez.A veces nos miramos atrás en nuestras letras sin darnos cuenta de que también al estilo, como al rostro, pueden ir saliéndole pequeñas arrugas, manchas de vejez, acartonamientos del alma que sabe ya demasiado.
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