lunes, 31 de mayo de 2010

La estética del perdedor es un acto de regodeo

Me paso la vida diciendo que la pobreza no es una cualidad moral y lo pienso de veras: se puede ser pobre y honrado, y también se puede ser pobre y un perfecto hijo de puta. La pobreza, por tanto, ni nos mejora ni nos empeora.

¿Y a qué viene este ataque de la armada de lo obvio? A que empiezo a darme cuenta de que hay cosas que es obligatorio decir, porque alguna especie de monstruo maligno nos ha comido la lógica.

Ser pobre es una mierda. La necesidad afila el ingenio, sí, pero que te afilen no es buena cosa. Y estar afilado tampoco da mucha confianza a los que te rodean, que acaban alejándose de ti por simple prudencia. Los pícaros y los pillos que tanto nos gustan en las historietas no nos gustan tanto como vecinos. Los descuideros que parecen graciosos en la literatura son los mismos que te obligan a estar siempre pendiente de si dejaste o no cerrada la puerta de la terraza y te acaban haciendo perder el tiempo y el sosiego en cosas distintas a las que querrías que te ocupasen.

Perder las guerras es malo, porque no existe ninguna estética del perdedor fuera de la épica de su resistencia, que no tiene que ver con perder, sino con resistir, que es otra cosa. El que se apoya en la barra del bar a rumiar sus penas con un cigarrillo a medio apagar entre los labios no está resistiendo. Está regodeándose. La estética del perdedor es, casi siempre, la estética del regodeo, o una simple pose para justificar su rendición. Y que me perdone Alvite, al que admiro, pero los derrotados de bar son casi siempre escombros que todavía no han pasado a recoger los del servicio municipal de limpieza.

¿Y por qué me pongo a hablar de semejante cosa con la que está cayendo? Porque tengo la impresión de que esta crisis ha servido para que muchos crean abierta la veda de la lamentación pasiva, esa clase de lamentación que lleva a no hacer nada, no intentar nada y no emprender nada, porque los tiempos están malos.

Si la derrota es hermosa y la estética del perdedor nos convierte en interesantes, entonces no vale la pena hacer nada, ni intentar nada, ni salir del agujero donde tan a gusto empezamos a sentirnos.

Luchar es la única religión.

Creo yo.