sábado, 25 de octubre de 2008

El raciocinio de los locos



En mi opinión, uno de los mayores fallos a la hora de construir un personaje al que se quiere tratar de loco, es la forma en que s ele hace razonar. La literatura actual, tan proclive a los personajes oníricos, o desquiciados, abusa de esta clase de caracteres para justificar cualquier incursión en lo experimental, o en eso que tan pomposamente llaman realidades alternativas.


El problema está en que las más de las veces sus locos son gente con su propio sistema lógico o que simplemente razona mal. Y no es eso: un loco es una persona que razone perfectísimamente, peor a partir de premisas falsas, lo que hace que sus conclusiones sean a aveces tan aparente o realmente disparatadas. Lo que mantiene a un personaje dentro de la cordura, si es que existe tal cosa fuera de una curva estadística, es el mantenimiento de un orden de prioridades y de una conexión con lo real. El loco es que el que construye sus premisas al margen de esta escala y fuera del refrendo de lo que realmente sucede.

Pero el razonamiento suele ser impecable. Perfectamente lógico.


Demasiado, incluso.

O así es como yo lo veo.

domingo, 5 de octubre de 2008

Errores voluntarios


Gran pelea tengo conmigo mismo, porque eso de crear repeticiones, y anacolutos, y decir tonterías a propósito es algo que no resulta tan fácil como pudiera creerse.Lo normal es soltar majaderías sin querer, y que las repeticiones o la sfrases mal construidas se deslicen ellas solas, por su cuenta, como serpientes de zarza. Pero cuando hay que cometerlas intenfionadamente no son tan fáciles de encontar ni de ellegir.Y en la novela de corte psicológico, en la que el carácter del personaje es la piedra angular de todo el invento, un personaje que no dice tonterías ni entra en contradicciones es un personaje que malamente se sostiene.Estamos aquí, por tanto, ante el desafío opuesto al de la novela negra, en la quetiene que encajar todo: en el personaje subjetivo, si todo encaja y condice, no es real. Porque un personaje es un trasunto de una persona, y las personas perfectamente lógicas no existen.

El monólogo


Lo que está de moda, o estuvo, es el monólogo interior, o conjunto de sandeces que se le ocurren al personaje tratando de convertirse en interesante desde su diversidad o diferencia.Dije sandeces no de modo despectivo, sino porque esta técnica se usa sobre todo para la construcción del carácter desde la minucia, desde lo que aprentemente no cuenta. Cuando el personaje piensa para sus adentros y se expresa como Montaigne, entonces no resulta creíble.Yo, con lo que ando a vueltas ahgora es con el monólogo exterior, tipo "Cinco Horas con Mario", para que os hagáis una idea. Y aunque parezca fácil no lo es tanto, porque hay que separar muy bien la objetividad autorial de la subjetividad, llena de repeticiones y errores, del personaje que habla en voz alta.El autor debe cuidar su voz. En cambio, la voz del monólogo debe parecer descuidada. De lo contrario, en vez de una voz será una losa.A ver lo que sale.

La conjura


Cuando se trata de escribir una conjura, tan de moda actualmente pero tan mal planteado en la mayoría de los casos, no sólo es importante que no queden cabos sueltos, sino también que la escala de relevancia sea acorde a lo que se quiere contar.¿Y qué leches es eso de la escala de relevancia? Pues no dar demasiada importancia a lo secundario y no usar el truco, miserable y trapacero, de presentar como secundario lo realmente importante. El lector permite que se le engañe, pero no permite que se le maree con estupideces.La conjura debe tener una razón sostenible para ponerse en marcha, debe seguir su curso alimentada por verdaderos intereses, y concluir con triunfo o fracaso por motivos razonables. Todo recurso a la casualidad debilita la narrativa. Echar mano d elo imposible, o de lo infinitamente improbable, debilita la credibilidad y deja al lector con la impresión de haber perdido el tiempo.En la conjura, más que en cualquier otro género, hay que evitar a toda costa loque se llama “meter un elefante en la bañera” , o sea, complicar la trama de tal modo que el autor sólo pueda resolverla con una estupidez, un milagro o un fraude.Véase, como ejemplo negativo, la estupenda trama de El Club Dante, de Mathew Pearl, y su mendicante, zarrapastrosa, piojosa resolución.

Lenguaje poético


Hay que escribir poesía, aunque se queme luego, o se entierre en un cajón, o se doble en cuadraditos, como hacía yo antes, para abandonarlas en las grietas de un piso de alquiler a la espera de que alguien las encuentre, o no, algún día inesperado. Todo vale, con tal de acercarse a su lenguaje.Y si además de buscar la imagen y la metáfora, el sentido y la sensibilidad, se trabaja la vieja técnica de la rima y la medida, mejor aún, porque de lo que se trata es de familiarizarse con el peso, la medida y la textura de las palabras. No propongo hacer sudokus verbales, aunque tampoco eso estaría mal: propongo una disciplina, un reto, una partida de tenis con red.Después, al volver a la prosa, siempre se nota.Garantizado.

viernes, 3 de octubre de 2008

El miedo al folio en blanco





A mí, personalmente, me parece que no hay tal.Creo que se trata más bien del miedo a la mente en blanco, que es muy distinto, o del miedo al laberinto, al exceso de posibilidades, todas viables, que se presentan casi de sopetón obligando a tomar demasiadas decisiones críticas en poco tiempo.Por eso soy de la idea de que es preferible pensar, matarse a pensar, antes de sentarse ante el folio. Construir un esquema. Anotar en alguna parte dónde se desarrollan los hechos, aunque luego no se vaya a decir una sola palabra del escenario; de describir minuciosamente a los personajes aunque luego, en el texto, no tengan más físico que el que determinan dos líneas.El miedo desaparece cuando la idea se concreta o cuando la maraña se aclara. Si en ese momento sigues teniendo miedo al folio en blanco, piensa lo peor de ti mismo: a lo mejor se trata de vagancia, de resistencia interior a ponerte a trabajar de una vez.Porque también la pereza tiene muchois ropajes.

Más serpientes


Ando yo ahora detrás de cerrar una trama y el problema es precisamente el que comentaba ayer: alcanzar un tono, el que sea, pero uniforme, y acorde con lo que se quiere contar.Pero la cuestión es que la trama, o su armazón íntimo, no las acabo de ver completas aún, y me encuentro en la zozobra del que trata de limpiar un cristal empañado por el lado contrario al que está el vaho. Puedes repulir el cristal de tuu lado sin que la cosa mejore. Romperlo sería lo moderno, desde luego, pero no estoy para chorradas.En el caso de la novela negra es particularmente importante que todo encaje y no se puede uno permitir que un personaje ascienda a los cielos mientras dobla las sábanas.Así es como se llega a la ansiedad del que se muere de ganas por escribir y todavía no se atreve. La salida es encontrar la solución o ponerse de todos modos.Evitad la segunda, por supuesto. Yo lo intento con todas mis fuerzas.

saludos y serpientes


Me dicen que a partir de hoy me enlaza este blog el diario de mi tierra, o sea la Opinión de Zamora, así que aprovecho para saludar a los zamoranos de pro (y de contra) que caigan por estas letras.Y también a los leoneses, que se sorprenderán de ver cómo me llamo zamorano después de pasar toda mi vida por León. La cosa es bien fácil: hay quien tiene tan poco espacio en el alma que sólo puede ser de un barrio. Otros, nos permitimos querer a la tierra en la que vivimos y a la de nuestros padres. Y aún nos queda hueco.Y ya de la que estoy, me planteo y os planteo una pregunta que llevo varios días hacíéndome: ¿hay que tener completa en la cabeza una historia antes de sentarse a escribirla?A esto era a lo que García Márquez le llamaba haber visto entera la anaconda. Y cuando sólo veía trozos seguía explorando su espacio imaginario hasta ver otro trozo.Yo no sé vosotros, pero como ahora ando con esa lucha, creo que hasta que no se completa el diseño del tapiz es mejor no sentarse a poner hilos. Y no porque sobren luego, sino proque a lo mejor el pegote se nota. Aunque sea sólo en nuestra cabeza y el lector ni lo sospeche, pero se nota.Seamos inconsútiles, propongo. :-)

Fragmentos continuos


El peor momento de sentarse a contar una historia es hacerlo cuando todavía no tienes historia.Por mucho que se alabe la improvisación, el impulso, y todos esos valores enemigos de la reflexión y el pensamiento, el caso es que yo encuentro que cuando te pones a construir algo tienes que saber por lo menos lo que quieres contar. Y después, sí, se puede ir dejando que los detalles se busquen a sí mismos, o los personajes se comporten libremente sobre el escenario, pero si dejas que también la historia vaya a su aire, al final no consigues más que un fragmento continuo.O sea, un pegote

releer mil veces


Y cabrearse dos mil. Por lo menos.Ese es el proceso que hay que seguir, o el que yo sigo por lo menos, con algunas obras antiguas que no parecen querer enderezarse.A lo mejor lo más sensato sería darlas por abortivas y olvidarse de ellas de una buena vez, pero lo cierto es que hay ideas que surgieron en un momento dado y que siguen con esa vena palpitante de lo que podría concluir en algo imporrtante si un día brillase la arista adecuada.Pero cuando te lees a ti mismo desde una distancia de cuatro o cinco años, corres el riesgo de descubrir lo mal que escribías entonces, o peor aún, lo bien que lo hacías y el hálito o la espontaneidad que has perdido. En cualquier caso, recuperar ese pulso es tarea más difícil que encontrar la idea o el enfoque bueno. El empeño es parecido a tratar de terminar la obra inconclusa de otro: porque el que fuimos ya no existe.Y no vuelve ni con la ouija.

De jurados (II)


Luego vas y te pones a leer los relatos. Te pones con buen humor, con ganas y a un ritmo que en una hora o dos horas diarias terminas en cosa de quince días. Pero el caso es que hay ciento y pico relatos, y tienen ocho folios. Mil folios largos.Coges el primero, y empieza a contarte la historia de un tipo que nació en un sitio muy chungo, que lo pasa muy mal y que está pensando en buscarse un futuro mejor. Siete folios de nada con estilo redacción. Al principio te da cargo de conciencia, pero en cuanto echas un vistazo al montón de los que quedan, lo pones para la columna de la izquierda.Yo es que en eso funciono como Dios Padre en el Juicio Final.El segundo que coges del montón habla de algo más interesante, pero utiliza a todas horas verbos del tipo hacer, decir, ser, ir, estar y tener. Se te ocurre que si el autor es birmano merece tal vez un premio, pero si no, no. Lástima si era birmano, porque se fue a la izquierda también.El tercero te interesa. Lo lees entero. Lo marcas y va a la derecha.Y cuando vas a ponerte con el cuarto te das cuenta de que llevas casi veinte minutos.Y entonces es cuando, ya el primer día, empiezas a cogerle manía a los que utilizan letra pequeña, o cursiva, o decorativa, o los que vienen con encuadernaciones molestas. Y al que escribe clarito lo lees más animado.¿Tendencioso? No. Humano.Florituras de impresora, las justas, por favor. Y a la hora de pensar un tema, tened en cuneta que si hay otro que habla de lo mismo, el segundo que lees es el que está repetido. Evitad esos riesgos y sed un poco originales, caray.Digo.

De jurado (I)


Suponed que os llaman para hacer de jurado en un concurso. Te conocen de lo que sea, y se les pasa por la cabeza que puede ser buena idea. Te llaman y te cuentan, en unos casos, que es au-pair, o sea, que te invitan a cenar el día de las deliberaciones, en otros te lo piden como favor y algunos hasta asignan unos cuartos al jurado.El caso es que les dices que sí, porque esto de las letras te deja curiosidad por ver lo que escriben los demás, y te arrean, por ejemplo, cien relatos de ocho páginas. Una media.El beneficio no es la cena ni el quedar bien con los amigos, ni los cuatro duros que te pagan. El beneficio, para mí, es tomar el pulso a la narrativa ajena y saber qué temas y qué estilos están de moda. O están trillados. O qué va a sonar más repetido que las campanadas de Santiago. Con eso, si tienes un poco de buen ojo, te puedes dar por bien pagado. Y si no lo tienes, ¿a qué te metes?, ¿a cagarla?Con esto del pago espero vuestros comentarios a ver qué os parece la cosa. Luego sigo y os cuento lo que se ve.

Decálogo (que ya lo es)


1- Hay que leer a Kapek.

2- Hay que leer a Stanislaw Lem.

-3 Hay que leer a Neruda, pero al de verdad, no tanto a Neftalí Reyes. AL DE VERDAD.

4- Hay que entender que nuestro nuevo mundo por descubrir es centroeuropa y no tanto las américas.

5-Hay que leer a los amantes del mal, y esos ya no son los que se llamaron malditos en su día y hoy están perfectamente establecidos en su hornacina, sino a gente como Ewers, o Papini, irredentos todavía.

6-Hay que renovar la rebelión y dejar de creer que lo incorrecto de hoy es lo mismo de ayer. Quizás hoy rebelarse sea rezar un rosario, por ejemplo. Quién sabe...

7-Hay que tener algo de asesino, o nuestras letras no perdurarán.

8-Hay que creer. En lo que sea, pero creer. Un escritor sin fe es un auxiliar administrativo.

9- Hay que hablar del ser humano como es, y no como nos gustaría verlo. Hay que dejarse de moralinas, y de deseos prohibidos. Un deseo prohibido de otro tiempo era tener dos esposas. Ahora un deseo prohibido es ser rico y ostentarlo.

10-El lector siempre es más rápido que tú. Tarda una tarde en leer lo que tardaste un año en escribir. No lo busques. Él te alcanzará si quiere.


¿Y quién dice esto?Yo mismo, carajo. ya está bien de citar a los de siempre

Dilemas de puerta


A veces tengo el escrúpulo de justificar las acciones de los personajes, como un comentarista de ajedrez explica por qué es mejor una variante que otra, y me encuentro enfangado en rechazar posibilidades, ideas y alternativas. A mi juicio, las tramas quedan así mucho más sólidas, pero también menos fluidas. Y el caso es que no sé si es mejor hablar del por qué de las cosas o dejar que estas simplemente sucedan y que sea el lector el que les busque razones.Porque supongo que tiene que haber un término medio entre esas tramas insolventes en las que la casualidad seensoñorea de todo y una trama de final ajedrecista,, donde toda acción conduce a una reacción inevitable.

Abrir o cerrar.

Dilemas de puerta.

En los Monegros


Toca hoy comentar la obra de un amigo, y eso siempre es un peligro como ya dije por ahí abajo, porque sucede a menudo que al resto del personal le importa un carajo lo que cuentas, y el amigo te mira con lupa cada palabra en busca de alguna canallada oculta.En este caso, la lupa se la puede ir ahorrando, porque lo que haya que decir se dirá bien gordo.El libro en cuestión es “el crimen de los Monegros”, último premio jaén de novela, y publicado por la editorial Mondadori, una de las grandes y las gordas, y el autor, David López Hernández, otro de estos escritores de apellidos checoslovacos que tienen que apoyarse en su obra para el marketing porque el nombre los distingue malamente.La novela habla de un crimen en medio de un turbión de lluvia en el desierto de los Monegros, allá por Huesca y allá por el año setenta y cinco. Una conocida personalidad de uno de aquellos pueblos aparece muerta justo cuando Franco agoniza y todo el mundo espera averiguar el significado de la desaparición del generalísimo. Y además, llueve y se cortan las carreteras. Y las comunicaciones. Y Monegros queda más aislado de lo que siempre estuvo, con lo que a cargo de la investigación del crimen queda un cabo de la Guardia Civil que en su vida se vio en otra.Por ahí van los tiros. O las cuchilladas. O los estacazos en la cabeza.La ambientación es realmente magnífica. El autor consigue ponernos en aquella época y en aquellos pueblo del Instituto Nacional de Colonización con verdadera maestría. Se masca el polvo, se oye el viento y pesa el aburrimiento, o el tedio, o la fosilización paulatina de la vida. La ambientación es cojonudísima.Los personajes están muy bien construidos. Los nombres que van pasando por la novela son personas de verdad y uno trata de comprenderlos. O de ponerse en su lugar. O de huir de su lugar. La unión de personajes y ambientes hace que el escenario sea perfectamente creíble.Incluso la trama es creíble y suscita el interés uy la curiosidad del lector, hasta las dos terceras partes del libro. Luego, la historia hace aguas, mayores y menores, hasta un final que no se cree ni el lector, ni el autor, ni la madre que nos parió a todos.Pero vale la pena leerlo, aunque sólo sea para ver como puede escribir un tío de veintiocho años, con que consistencia y con qué contundencia, y qué cosas podrá escribir en cuanto consiga tener una novela cerrada en la mente antes de ponerse a escribirla del todo. Porque lo que tiene el autor es que curra como un animal. A veces demasiado, hombre. Demasiado. Y puede convenir currar menos y pensar otro poco.Digo.Y ahora esas dos leches que me debías.

los bisontes y los dioses


Se pone uno a leer a Homero, o a alguno de aquellos griegos que contaban las más enormes batallas, con intervención de dioses incluida, y se pregunta cómo son capaces de dar una fuerza tal a sus relatos, o de repetir treinta o cuarenta veces la misma frase sin que suene lamentablemente repetitiva.Le he dado muchas vueltas al asunto antes de concluir que lo que nos cautiva de ese estilo es su sinceridad. Y no me refiero a la veracidad de lo que cuenta, sino a lo cercana que está la voz de estos narradores de lo que es al voz natural del narrador, del hombre que cuenta a viva voz los sucesos importantes de su mundo.Jenofonte, Tucídides y Homero eran ante todo, narradores naturales, genios de la escena pintada con palabras, y en cierto modo no dejan de recordar a aquellos pintores rupestres, magos o hechiceros en cierto modo, que invocaban a los bisontes para la caza pintándolos de modo que aún hoy parezca que van a salir corriendo.Aquellos pintores sin duda conseguían atraer a los bisontes.Los griegos, sin duda, consiguieron hacer participar realmente a los dioses en sus relatos.

Víctimas


Tengo un personaje que anda buscando como loco la manera de que lo maten y no hay quien se avenga a dar muerte a semejante idiota.A veces las víctimas son tan claramente víctimas que el asesino, incluso el hipotético, se aburre de sólo pensar en cumplir su cometido.Supongo que en estos casos lo más lucido y lo más honrado será hacer que la víctima muera en un accidente y que el asesino, sin serlo, cargue de todos modos con las culpas. Porque hay gente que incluso cuando se muere se equivoca, lo hace patosamente y causa problemas a los demás.Puede que la trama no sea muy políticamente correcta, pero estoy convencido de que funcionará.

Si están huecos, se caen


Yo he visto gatos mirando a la luna y no creo que están ensoñando romances, ni recordando un pasado venturoso en otro lugar y otro tiempo mejores.Nadie sabe lo que piensan esos gatos, pero a veces nuestros personajes se les parecen demasiado, porque tras una descripción más o menos detallada nos los encontramos haciendo cosas que para nada se corresponden con lo que hemos sido capaces de perfilar de su carácter.Si necesitamos que un personaje se enternezca en un momento dado, no podemos permitir que sea duro a todas horas, porque en el momento que lo asalte el buen sentimiento para llevar a cabo esa acción que tanto necesita la trama será tan creíble como el tío que se muere en América y deja ricos de pronto a los protagonistas.También hay deux ex machina morales, amigos. Lo que pasa es quees muy fácil burlarse del difunto que deja su herencia a última hora, o del hermano gemelo que aparece providencialmente cuando nada más podría salvar la situación, pero no tanto del personaje gato que, de pronto, se pone poético y convierte en versos sus maullidos.

Ecuanimidad


Estoy leyendo ahora una novela de crimen y misterio que me está sorprendiendo mucho por la ecuanimidad con que es capaz de tratar un tema tan delicado. Se trata de “la hora estelar de los asesinos”, de Pavel Kohout, y además de ser una obra entretenida en la que ocurren muchas cosas, unas más brillantes que otras como en cualquier novela, el autor aborda el final de la segunda guerra mundial y la revancha de los checos contra los nazis con verdadera imparcialidad. hay checos buenos y checos males; hay alemanes buenos y alemanes malos, y sobre todo, ante todo, hay buenas y malas personas en todas los bandos.Salvo un par de obras, ando todavía buscando esa ecuanimidad en los autores españoles a la hora de tratar la guerra civil. Porque lo que está claro es que hablan de ella, a todas horas, en todo momento y con cualquier disculpa, pero en España está pendiente aún el abandono de los bandos: no hay frialdad alguna al tratar los hechos de una u otra facción, y así, la novelas se resienten.Pavel Kohout ha cosechado un gran éxito con su novela porque la entiende cualquiera y es fácil de creer que hubiese personas honradas e hijos de puta en todas partes. Los nuestros, de momento, escriben sólo cuentos. Y la novela es otra cosa.

Pluralidad verdadera


Sigo a vueltas con mi famoso taller literario, y la verdad es que la cosa salga o no salga al final, o me haga ganar o perder cuatro duros (en más no puede estar la diferencia), resulta interesante conocer a la gente que se interesa por estas cosas.Lo mejor del caso es ver lo heterogéneo, lo dispar, lo verdaderamente plural que es interés que despierta la literatura. Normalmente, se suele entender por pluralismo la divergencia de opiniones o procedencias sociales, pero los grupos que se autodenominan plurales suelen ser mas ortodoxos de lo que creen, porque sus integrantes pertenecen casi siempre a un mismo rango de edad.Aquí, para mi sorpresa y alegría, han llamado desde chicas que acaban de terminar el instituto y hacen sus pinitos en la Universidad hasta profesionales de alto rango jubilados que quieren aprovechar que no trabajan para dedicar, al fin, unas cuantas horas a lo que siempre les gustó pero no tenían tiempo.Y es que parece que contar historias, el deseo de contarlas, sigue siendo universal y de todas las edades. Una agradable sorpresa, sí señor.

Escribir sobre una idea


Escribir sobre una idea es convertirse en gusano y penetrar en la rosa, con las antenas dispuestas a captar cada mínimo cambio en la textura de las intenciones, o en los senderos posibles de ese blando laberinto.Narrar un hecho o describir un objeto con tareas de otro tipo. Estamos acostumbrados a convertir en palabras las pisadas cotidianas y los rostros, las bufandas de diario. Describimos desde niños la pelota que buscamos, y aunque el arte no se afine, conservamos la herramienta.Entonces cualquier día, mencionando esa pelota o esa infancia, se nos ocurre pensar que los niños y las masas se conducen por mecanismos parejos, y que nadie vencería en contienda electoral a un maestro de primaria con treinta años de experiencia.Se nos ocurre la idea, ramificada ya en su capullo, y no es fácil aceptar metamorfosis que nos alejen del camino familiar que sólo retrata y enumera.La idea espera, pero casi nunca nos atrevemos.

Cambio de estilo


Me dicen también que se impone un cambio de estilo en este blog.Sea.No sé bien qué significa cambiar de estilo, como no sea modificar le criterio con que se eligen las palabras, no sólo por su significado, sino también por la sonoridad, o la culpa, esa carga que traen de otros textos y otras lenguas y que las convierte en lo que no son, o en lo que son a oscuras, escondidas entre gramáticas pardas y artificios intelectuales para mejor engañar cobardías. O tedios.También el idioma tiene su teoría conspiratoria. Algunos le llaman concienciación, otros adoctrinamiento. Algunos, pocos, literatura. Tampoco son inocentes las tres palabras que se ofrecen para enlazar un concepto escurridizo de suyo: quien dice concienciación, afirma a la vez que necesitas un cambio de conciencia. Quien dice adoctrinamiento, habla de imposición, puño o brazo en alto, en columna de a dos, formados en un patio. El que dice literatura ni él sabe lo que dice.Sea.

Tipología social




Ya me han preguntado dos o tres qué es eso de la “tipología social de los jurados de concursos” que aperece en el temario, allá al final, del taller literario de Cumbres Borrascosas.Pues no es nada mágico, sino más bien prosaico: se trata de hablar de qué clase de gente integra esos jurados, porque aprovechando que he conocido a casi un centenar, pues lo mismo es interesante saber que no te encuentras la mayoría de las veces con quien crees que te encuentras.Y ya sé que no a todo el mundo le interesa eso de los concursos literarios, pero ya que le cobras a la gente por un curso (además de por el alojamiento y el papeo), pues por lo menos tratar de ayudar a que recupere la gente la inversión.Ese es todo el misterio, amigos desconfiados.

La imposible oscuridad


Crear compendios literarios viene a ser como gestionar una confederación hidrográfica, y lo digo porque ahora, de un mes para acá, he adquirido cierta experiencia en el tema; en el de los compendios, se entiende.Como digo, me ha dado por crear páginas web que reúnan textos, a ver si somos capaces de crear algún recurso cultural de entidad en la red. Y el caso es que la información que hay por ahí es como un río, y cuando lo tratas de embalsar te das cuenta de que quedan tras tu presa las aguas limpias, los arroyos de montaña, y también las cloacas de unos cuantos pueblos.Al final, está claro que es mejor embalsar y que cada cual depure como mejor pueda, pero nunca tuve tan claro como ahora que el mal de nuestro tiempo es el exceso de luz.Y el exceso de luz equivale a una ceguera irremediable. Me temo.

Jurando


Si alguna vez os toca participar en un jurado ya podréis decir que hay Infierno con conocimiento de causa. Y no es que sea una cosa desagradable, porque la mayoría de las veces los demás son gente normal, agradable y hasta simpática. Lo malo es que te has leído un montón de obras y que hay que comparar entre cosas que no son comparables.Resulta que te encuentras con que hay, por ejemplo, diez buenos relatos o poemarios, y que estos que has considerado buenos por tus propias razones, no coinciden con lo que otro tiene por buenos, también con sus razones bien explicadas y argumentadas. Y resulta que el tema que para uno es tópico para otro es impactante, y que el tratamiento con adjetivación prolija a uno le resulta pesado mientras que a otro le parece exuberante.Conclusión: acaba ganando el que molesta poco. Acaba ganando el que no es como los demás, porque se forman facciones estéticas, entre los partidarios del poemario más sentimental y el poemario más intelectual, entre el cuento más social y el relato más filosófico.Cuando lo que llevabas pensado no se impone, acabas votando lo que menos te joroba. Y luego, hay un fallo por unanimidad, lees al ganador y te acojonas.Jo.

Miedo a la tijera


Muchas veces he dicho en este espacio, y en otros, que el peor vicio de la literatura actual es la abundancia de escritores convencidos de que sus vivencias y sus sentimientos le interesan a alguien. Luego, así, se sientan, no se les ocurre nada, y eso es precisamente lo que nos cuentan. Y claro: así triunfa el videojuego.Por mi parte, tengo a veces el problema contrario: me siento a escribir, y la trama se me complica con nuevas posibilidades, con matices que darían lugar a nuevos personajes. Supongo que sui supiese hacerlo, o me encontrase con ánimos, haría como Sholojov y compondría mi propio Don apacible, pero el caso es que me veo en la necesidad de podar el ramaje de las muchas posibilidades, y eso es casi más duro que el temor al folio en blanco.A ese nuevo síndrome, miedo escénico, o clo que sea, habría que ponerle nombre. Propongo yo el miedo a la tijera.Pánico, oigan.

la Ley de Lem


Dice la ley de Lem que nadie lee nada, los que leen, no entienden y los que entienden lo olvidan enseguida. Obviamente, semejante enunciado es una deliciosa exageración del maestro polaco de la ciencia ficción, pero cuando se lee a Stanislaw Lem hay que acostumbrarse aponer sus palabras en distancia para que las proporciones de lo que afirma se conviertan en humanas.Realizada esta operación, con mi peculiar cristal al menos, tenemos que la lectura es una actividad cada vez menos frecuente, que si se exige al lector el empleo de más atención de la que puede dejar libre un transporte público atestado y llevo de posible carteristas no tenemos nada que hacer, y que el ritmo de vida de los lectores no les permite fijar en su memoria una trama demasiado compleja.Así la ley de Lem se convierte en la ley del Yunque: No escribas para los demás, si lo haces no esperes que se interesen en lo escrito, y si se interesan no esperes que te recuerden después de una semana.para evitar desengaños, más que nada.

Libros infantiles


Igual que en la edad media se usaban las imágenes para ilustrar sobre temas religiosos a una población que no sabía leer, parece que en nuestros días se impone cierto tipo de literatura escrita para gente que no sabe pensar.La estructura de los libros más populares tiende al comic, con ideas simples, sencillas, que no dejen resquicios a la ambigüedad, y cuando los dejan son dualidades tan simples que no requieren ninguna preparación anterior.Tengo un amigo que dice, acertadamente creo, que para que un libro triunfe tiene que tener algo de infantil. No es de extrañar que sea así, porque si la juventud se ha prolongado en las normativas de los veintitrés a los treinta y cinco años, la infancia, em justa proporción, debe durar ahora hasta los veintitantos, o posiblemente más allá.La infancia, como apartamiento de la realidad o mundo de los adultos, llega incluso mucho más lejos.Y los libros que requiere la acompañan.

Derrótame otra vez



Tanto se ha extendido la lírica y la estética del perdedor que a veces le da a uno vergüenza haber conseguido algo y no ser uno más de los que se arrastran por ahí convaleciendo de sus guerras perdidas, sus proyectos fracasados y sus amores traicionados.Ir a la guerra luce poco, y me alegro, porque la guerra es una actividad asquerosa. pero lo que me llama l atención es que, una vez se ha ido, lo que es verdaderamente chic es perder, rasgarse las vestiduras y sufrir mucho.En literatura es casi una plaga: el personaje interesante, el que verdaderamente atrae la atención del lector es el que no tiene dónde caerse muerto, sufre todas las injusticias y trata de imponerse a su desgracia. Que trate de imponerse es estupendo, pero es que la mayoría de los atores hacen hincapié, mucho hincapié, en esa desgracia. Y luego, encima, te dicen que es literatura social para concienciarte de algo, cuando yo, lo que veo, es un absoluto abandono al morbo. Un morbo, que por cierto, tengo aún por investigar en su filiación y procedencia.Desde que Dickens descubrió lo que vendían los huerfanitos, las mujeres abandonadas y la gente pasando frío bajo la niebla, hay gente que no se baja de la burra ni a tiros.Así, acabaremos deseando inconscientemente que todo sea una mierda y eso,a mi ver, es una incitación al suicidio como otra cualquiera. O peor.

Arqueología literaria


Voy a ponerme mesiánico, a ver qué tal se me da.He tenido un sueño: soñé que en le futuro existiría la profesión de arqueólogo literario, de buceador en las montañas imposibles de los archivos y las bibliotecas nacionales en busca de textos olvidados que puedan ser vendidos como joyas.Cada año se publican muchos miles y miles de títulos, y sólo unos pocos llegan al público y pueden ser analizados pro los críticos, o tener una oportunidad, mínima siquiera, de ser conocidos por el público. Góngora, por ejemplo, fue olvidado durante siglos hasta que los arqueólogos literarios de la generación del 27 lo sacaron de su sepulcro. Pero en la época de Góngora se publicaban sesenta, setenta, cien libros al años a lo sumo.Ahora son miles, decenas de miles, p`ronto serán millones los que se hacinarán en las bibliotecas nacionales de centenares de países, y en esos anaqueles hay seguramente joyas olvidadas, tan relegadas al olvido como el diamante gigantesco que yace desde hace un millón de años en una veta de carbón poco rentable para la explotación.Y los arqueólogos volverá de sus exploraciones con una frase, con un verso, con un libro entero quizás.Si se escribe para una editorial, estupendo.Si se escribe para un lector desconocido, bien está también.Os propongo una tercera vía: escribir para el arqueólogo que sin duda surgirá un día como nuevo héroe.

Clásicos futuros


Hoy en día parece que se impone ante todo la experiencia periodística del autor, porque lo que importa no es tanto el estilo, ni la manera de contar algo, como la capacidad para aportar datos al lector y contarle una trama sin florituras ni miramientos. Tengo para mí que eso no es literatura, sino folletón, y que el periodista, acostumbrado a contar simple y llanamente lo que pasa nunca será un verdadero escritor, o su obra nunca será una verdadera obra literaria. Desde luego, eso no parece importale a nadie, y a las editoriales mucho menos. no es raro que te digan, cuando hablas de la posible calidad literaria de un texto, que ellos no se dedican a eso, que a la literatura se dedica Fulano, o Mengano, casi siempre personajes marginales con publicaciones de tirada microscópica.Hoy, parece ser, se publican los clásicos de antaño para que ama las letras y un montón de historias de todo tipo para el que busca entretenimiento. El libro es, como nunca lo ha sido, una forma más de circo, y queda a la habilidad del autor colocar de vez en cuando, en alguna parte, una idea convenientemente disfrazada de trama para que el lector no la olvide, o no la sale, en busca del siguiente diálogo.Los arqueólogos literarios del futuro, los que bucearán en los millones de títulospubloicados en este último siglo, tienen trabajo para eras geológicas enteras en busca de los clásicos recién descubiertos del mañana.Porque de algo podéis estar seguros: los que serán aplaudidos reeditados dentro de doscientos años no son los que aplaudimos nosotros. Eso pasó siempre. O casi

Encogerse de hombros



Me dicen a veces que soy muy frío con las cosas de los demás, y que desconozco eso de la empatía que tanto se lleva ahora. Yo creo que no es verdad, pero claro, lo de verse el propio cogote no es fácil sin el retrovisor de los demás.Vaya en mi descargo, por si fuese cierto, que el egoísta no puede ser tampoco envidioso, porque no es capaz de apreciar la felicidad de los demás y así malamente puede desearla.Con las letras me pasa casi otro tanto, porque llevo tantos años naufragando en la vulgaridad de los textos universitarios que ya no distingo entre aquellos a los que debo envidiar y a aquellos de los que debo huir por redichos, sobreescritos o pedantes. Y como no distingo, o me cuesta trabajo segregar a unos de otros, he resuelto que lo mejor es pasar de todos en conjunto, y leerlos con el ojo de escritor en el bolsillo.Y es agradable volver a ser sólo lector. Os lo aseguro.

Por probar


Dicen por ahí que me falta lirismo, y que hoy en día, al que le falta semejante cosa no es nda, porque lo que de veras le gusta a la gente es reencontrar esa poesía que se ha perdido no se sabe muy bien dónde. La verdad es que me la suda, pero a veces te dan ganas de probar. Así que probemos.Y Dios, con sus claras diademas, ¿no se burla de nuestros anatemas? Sí.Y se burla Baudelaire de estos versos traducidos, de estos locos sinsentidos que se estampan por sí solos en medio de otras memorias. Se desinflan las historias que pensaste alguna tarde, y entre tanta algarabía, entre prosa y poesía que no se atreve a brotar, se deslizan los renglones igual que el incienso arde indiferente al altar.¿Dónde voy con estas letras? Al olvido, por supuesto. Allí siempre tengo un puesto, y aún más cuando me río de esas cosas tan sensibles, de las vidas invisibles, del estro de los poetas, de los culos, de las tetas, de los vulgares despieces envueltos en eufemismos, de los oscuros abismos que describen los que nunca se asomaron ni a una torre, de la calma del que corre, del amor desguarnecido, del insistente crujido de unos huesos ya cansados por pecados sin sentido.Si es que hasta rimo en prosa.Bah.:-))))

Abundancia de caminos


La abundancia de posibilidades es mi peor enemigo. Lo diré sin modestia alguna. se me ocurren tantas maneras de resolver una trama que sufro verdaderamente para elegir una entre todas ellas.Porque elijas la que elijas, y cualquiera que sea el camino pro el que conduzcas luego la trama, hay días en que se impone la querencia a otro camino, y acabas cometiendo errores, equivocaciones embarazosas como llamar a la propia novia por el nombre de otra que conociste y con la que nunca llegaste hablar.A veces esos otros caminos que no llegué a tomar nunca dejan su huella en los textos, y esos son los más difíciles de corregir, porque aunque a un lector ajeno le parezcan desvaríos y los señale a primera vista, el autor no los encuentra, los pasa por alto, porque forman parte de su lógica, o de rebaño de extrañezas.Así es como te encuentras a veces con personajes que están sin haber llegado, o con armas que aperecen después de haber sido lanzadas a la corriente de algún río. Así, a veces, aparece el deseo de besar a alguien después de haberle dado portazo para siempre.Y en la vida se permite, pero en la novela no.

Reconocerse



Sucede en todas las facetas de la vida, pero en esto de las letras es especialmente llamativo: mirar lo que otro día te pareció bueno, lo que te pareció bien construido y encontrarte con que no tiene nada que ver con lo que estás haciendo.Porque ren un relato puedes acertar más o menos, y lo puedes leer con el tiempo y sentirte más o menos identificado con la idea, o con la construcción,, el ritmo, o cualquier otra característica de lo escrito.pero en una novela, y más si es de intriga, lo que ocurre es mucho más sangrante: que aquello que escribiste durante toda una tarde no tiene nada que ver con los personajes, o con la trama original que había ideado. Que los policías andan investigando algo que ya habías resuelto más atrás, los delincuentes dejan pistas imposibles de pasar por alto y los viandantes saluda, pero no ven.A veces es duro reconocerse. O a lo mejor es una enseñanza para la vida: no siempre somos nosotros mismos. o no siempre somos la faceta de nosotros mismos que esperamos ser. Y ese idiota que sobreviene a veces, si no tenemos cuidado, lo mismo nos la lía.

¿loco o no?


Tengo un personaje por aquí al que no le gusta el mundo en el que vive. Hasta ahí, ya sé que no puedo dármelas de original, peor el caso es que a mi personaje se la sudan las injusticias sociales, le da por el saco que haya un montón de gente pasándolo mal y no ha pensado en el futuro más de tres o cuatro veces en la vida, y siempre haciendo cuentas para su plan de pensiones.Lo que le joroba a mi personaje es la imposibilidad de estar solo en este mundo de hoy. Lo que realmente le rejode es la sistemática destrucción de cualquier independencia, porque le gustaría es irse a una montaña, cultivar cuatro patatas y que le dejasen en paz. Pero no. que si los impuestos, que si el registro, que si los permisos de esto y de los otro... Total, que ser anacoreta es cada día más complicado y mi personaje se cabrea.Lo otro que le molesta es la accesibilidad. te metas donde te metas siempre hay un mequetrefe en cuatro por cuatro, en batiscafo o como sea que es capaz de llegar a dónde estés a molestarte. No hay lugares recónditos. No hay sitios son cobertura, sin carretera, sin electricidad y sin tren. No hay donde esconderse de un satélite espía atontado que te siga como la nube aquella lluviosa seguía a los gafes de los dibujos animados.¿lo trato como si estuviera chiflado o lo caracterizo como un filósofo?Gran duda, oigan.

Y a veces chufla




Hoy no sé todavía si es oficial, así que me callo nombre y título, pero me consta de que un buen amigo es ganador de un importante premio. Y encima es uno de esos amigos que no sólo te echan una mano cuando estás hecho una mierda, sino que se alegran contigo cuando las cosas te van bien.Y mirad: yo no sé si el tipo este es buen o mal escritor, aunque a mí me guste generalmente lo que le leo. Pero lo que sí puedo asegurar es que cumple la definición a rajatabla: es escritor porque escribe.la mayoría de la gente que dice dedicarse a este invento te habla luego de terapias para comunicarse, de intenciones siempre aplazadas, de esperar la inspiración y de dejarse llevar por el ritmo de la historia o el sentimiento de las palabras.Chorradas. La cosa es sentarse dos o tres horas diarias y trabajar como un cabrón. Lo demás son memeces.Así, trabajando, a veces la cosa chufla. Aunque uno sea feo y todo.

Un personaje jodido



Tengo que escribir un personaje dentro de una novela que no sea nadie, que se porte todo el día como un idiota y que lo único que le falte para convertirse en geranio sea hacer la fotosíntesis.Sí, ya sé. tenía que haberle hecho caso a Flaubert cuando decía que no hay cosa más dura que escribir una novela interesante con idiotas que dicen y hacen idioteces. Pero bueno: estoy a ello, y hay que tirar para adelante.El caso es que a la hora de caracterizarlo me parece que he conseguido que parezca que no piensa. Creo que resulta creíble que se mueve sólo por impulsos, pos instintos y por tropismos, como las vacas y las berzas, pero ahora me ha surgido un problema, el que siempre surge cuando te das cuenta de que además de escritor eres un tipo que tiene que ir luego por la calle, y tiene amigos, y muchos de esos amigos son también lectores: me ha surgido el temor a que más de uno y más de dos se den pro aludidos.Y juro que el personaje es un tonto aséptico, sin inspiración concreta. pero como siga por ese camino me busco como poco un par de malas caras.Siempre pasa con esta clase de retratos.

Buen remedio, no lo hay


¿Y cuándo un amigo te pregunta qué te parece lo que ha escrito, ¿qué le dices? Y la verdad es que no te ha parecido una mierda, porque si fuese a´si le dirías: pues eso que me has pasado es una cagada infumable, y por lo menos cumplirías como amigo, ayudándolo a no perder el tiempo. Pero no, no es eso. el caso es que lo que te ha dado para leer no es malo, pero no te gusta porque ni habla de algo que te interese ni lo aborda de manera atractiva. Si le dices que está muy bien, le mientes, porque no te lo parece. Si le dices que no te ha gustado, va a entender que es un trabajo mal hecho porque tiene en cierta consideración tu criterio.Al final, lo mejor puede ser decirle que no está mal escrito pero que el tema de la gente que lo pasa mal no te interesa un carajo, que para hablar de pobres ya estaba Dickens.Y entonces, claro, además de darse por ofendido en su ego de escritor, siente herido su ego político, y te la guarda.Asco, oigan.

Pasaban por allí


A veces un personaje pasaba por una novela, como quien pasa por una calle mientras ruedan una película, y al final se queda. Se queda porque rel autor es uno de sos tipos que se deja llevar por el pulso de la narración, y creyendo en la vida propia de los personajes, se da por enterado de su solicitud para ser algo más que una comparsa de dos páginas.Puede que esa clase de conducta, o de estilo, o de manía, poco planificadora y dada a las sorpresas sea atractiva en según qué plumas, pero las más de las veces, de las veces que yo he visto, delata una absoluta falta de rigor intelectual, carencia de ideas y casi siempre de respeto por el lector.Porque en el fondo, el que se deja llevar por la narración es el que cree que el lector está dispuesto a acompañarle a cualquier parte que le leve su digestión, su dolor de muelas, o el recuerdo de sus últimas lijurias.Y no niego que existan esos lectores tan conformes y maleables, pero yo para mí no los quiero.

Personajes con jaqueca


Lo peor que le puede pasar a un personaje cuando escribes una novela es que le empiece a doler la cabeza porque no acaba de tomar una decisión y tampoco es capaz de dejar de darles vueltas.A los míos no les pasa muy a menudo, porque su peor pecado es que son demasiado expeditivos y a veces molestan a esa clase de gente que cree que todo tiene sus más y sus menos, que todo es de según el color del cristal con que se mira.En el fondo les confieso a esos detractores de tanta decisión que también yo pienso que las cosas son del color del cristal con que se miran, pero cada cual tenemos un cristal, uno como mucho, y todo lo sea esforzarse en ver las cosas a través de los ojos de otro no acaba más que en plagios, sucedáneos y falsificaciones.Si no nos gusta el cristal con que vamos por la vida mirando las cosas, más nos vale psicoanalizarnos, o dedicarnos a la política, oficio de gente descontenta, pero la escritura es sólo para gente convencida de su mirada.

Coproducciones


Ponerse a escribir en comandita con otra persona requiere a veces más intimidad que el matrimonio. Lo más difícil, aunque lo parezca, no es repartirse las tareas, o los capítulos, o acordar qué va a suceder en las páginas siguientes, o qué perfil va a tener cada personaje.Eso también es difícil, por supuesto, y se producen roces, y hay que replantear toda una línea argumental por un cambio, pero si las personas que escriben juntas son gente razonable, se sale del apuro.Lo verdaderamente complicado es, una vez se ha comenzado, conseguir que todo el mundo tenga el mismo tono, y no sean unas páginas de ambiente oscuro y otras de aire luminoso.Lo difícil, más que nada, es que cada una arríe su vanidad para que le puedan decir que lo que acaba de escribir es una mierda y más vale que lo haga de nuevo. Eso es lo jodido. Y a la larga, la opinión de que lo nuestro siempre es mejor que lo de algún otro del grupo, es lo que nos impulsa a relajaros y lo que lleva el proyecto al traste.La otra opción es callar y darlo todo por bueno. No criticarse. Ser amigos ante todo. Y en vez de una novela se consigue una buena juerga. Parece un fracaso, peor a veces es más de lo que se podría esperar con según que mimbres.Probad.

La peor prueba


Tal vez una de las pruebas más duras a las que ha de enfrentarse un escritor es la comparación consigo mismo.Parece evidente que con el tiempo, el esfuerzo y la experiencia, cada vez se escribe mejor y con más fluidez, pero a veces echa uno la vista atrás, a un texto cualquiera de hace unos cuantos años, y aunque semejante ejercicio deja la satisfacción de corregir mentalmente este o aquel defecto, queda también a veces la amargura de saber que la ligereza, la brillantez de algunas espontaneidades y no sería posible hoy.Y no es que la espontaneidad sea mejor que el conocimiento, que nunca fui partidario de esa idea adolescente tan de moda hoy en día, sino que el que explora es siempre más original que el que camina por un sendero conocido. De originalidad hablo, que no de calidad, por esta vez.A veces nos miramos atrás en nuestras letras sin darnos cuenta de que también al estilo, como al rostro, pueden ir saliéndole pequeñas arrugas, manchas de vejez, acartonamientos del alma que sabe ya demasiado.

Ojalá no os vaya bien


Porque como un día os vaya un poco bien, no sólo vais a descubrir lo que se cabrean vuestros enemigos, sino lo poco que se alegran todos esos amigos que siempre estaban ahí.Y lo malo no es que lo simulasen, no, sino que de veras estaban ahí: sobre todo para las desgracias. Cada vez estoy más convencido de que hay mucha gente que es capaz de solidarizarse en cualquier momento con el que lo pasa mal, echar una mano, mantenerse presente y apoyarte en todo lo que sea preciso, ¿pero habéis pensado alguna vez lo que puede ocurrir si en vez de romperte un brazo te toca la lotería, por ejemplo?Os lo digo yo: que con muchos ni se os ocurra contar para que se alegren con vosotros. Hay gente que sólo sabe unirse a las penas. Y a lo mejor es porque en el fondo las disfrutan.Ojo con ellos.

Los críticos


Hay por ahí una mayoría de gente que se cabrea cuando lee una crítica a un libro suyo que no condice con sus propias expectativas. Estos son, normalmente, los que ponen al crítico en el lugar del lector en vez de en el papel que realmente le corresponde: el de crítico. Disculpen la obviedad, pero es que me parecía necesaria.Como además de escritor he sido otras veces crítico, comprendo la mecánica del asunto y no me sorprendo cuando leo lo que otros, en otros medios, opinan de lo que escribo.Si me alaban sin fisuras, me parece que la cosa va de broma y me pregunto si no tendrán un punto de ironía. Yo nunca alabé a nadie sin fisuras. Si me atacan sin fisuras también me río, convencido de que la guerra está en otra parte y que el objetivo a demoler es otro, distinto del libro. Como crítico que he sido, sé muy bien que la credibilidad en ese trabajo viene de la maestría que se alcance en el arte de la ambigüedad, de la mezcla estable entre alabanzas y oraciones adversativas. Si no vas por ese camino, en cuatro días te ves con el agua al cuello, por unas y otras razones, por unas y otras facciones.Os lo cuento por si os sirve a alguno para menguar algún calentón o para bajar de algún soleado guindo. Si le aplicáis el coeficiente de corrección profesional al asunto, el de la profesión del crítico, por supuesto, veréis la cosa de otro modo.Os sugiero que lo intentéis.

ocio a medias


Dicen que el triunfo de la modernidad está en haber concedido al hombre un tiempo de ocio del que antes carecía. Durante mucho tiempo, se trabajó de sol a sol, y la gente tenía que afanarse en jornadas infinitas para ganarse el sustento, pero luego llegaron los fines de semana, las vacaciones pagadas y la jornada de ocho horas.A mí, cuando oigo esas cosas me da la impresión de que me están tomando el pelo, comparando los tiempos actuales con épocas peores dentro de las muchas épocas posibles. Hoy en día hay más ocio que en el siglo XIX. Eso, por supuesto.Es posible incluso que si se hace la suma se trabaje hoy menos que nunca, pero que tampoco nos vendan la moto: trabajar de sol a sol en el campo significa que se trabaja un montón de horas en verano, pero también que no se hace prácticamente nada en invierno. Trabajar en la antigüedad era duro, como lo era todo, claro que sí, pero en el calendario medieval, pro ejemplo, se computan casi noventa fiestas de guardar, y ahora tenemos doce.Si a eso unimos que el ocio se llena de curiosas y sobrevenidas obligaciones, queda preguntarse si en realidad el ocio que disfrutamos no será una especie de subproducto de la jornada laboral, como el serrín lo es de la madera.Yo, por lo menos, entre tarea menuda y cominería, no encuentro hueco, un hueco de veras, para hacer durante un espacio prolongado lo que quiero: sentarme a escribir todo seguido, sin interrupciones.Cualquier día me echo al monte.

Relajar el cálamo


Me dicen que para ser un tío que se dedica a eso de escribir no me esmero un carajo en esto del blog. La verdad es que no sé lo que saldría si me esmerase, porque tampoco me tengo por un inefable maestro del estilo, pero la verdad es que sale lo que sale porque vengo aquí a desengrasar la reflexión excesiva que requieren otras páginas.Si te pones a componer una bitácora de este tipo es porque crees que te encuentras entre amigos, aunque al final no te leas más que tú mismo. Y aunque así fuera, bastate mérito tendría estar entre amigos cuando no hay nadie más delante, porque lo más difícil que conozco es ser amigo de uno mismo.En todo caso, cualquier día de estos me pongo en plan serio y me decido a publicar aquí textos del mismo tipo de los que escribía en otras eras geológicas para la prensa. así, por lo menos, me esmero un poco y dejo satisfechos a los que esperaban otra cosa.Supongo que a Cicerón no se le exigía ser un maestro de la oratoria también cuando compraba los garbanzos. O a lo mejor sí, y además lo conseguía

superblancos


Uno de los peores males de la novela negra actual, tal y como yo lo veo, es el maniqueísmo. Los autores, y algunos editores, creen que lo mejor para que la obra se venda bien es que el lector se pueda identificar con alguno de los personajes, normalmente con el bueno, y para ello es preciso que la línea entre lo ético y lo inmoral esté bien delimitada.Sin embargo, creo que semejante postulado, lejos de mejorar el acercamiento de nadie, lo que lleva es al viejo vicio de la moraleja incrustada a todas horas. Un personaje que es perfectamente íntegro en todo momento no es una persona real, y cuando un personaje de novela deja de ser creíble, la obra hace agua.Además, con todo ese esfuerzo por hacer simpáticos a los buenos, lo que se consigue muchas veces es hacerlos un poco idiotas, porque el bien se resume en cumplir una serie de normas, mientras que el mal, para ser verdadero mal y no simple cerrazón o estupidez absoluta, tiene que reinventarse a cada instante. Por eso a mí y a los de mi generación nos parece mucho más atractivo Darth Vader que un niñato insípido como Luck Skywalker.Y Han Solo los supera a ambos, por supuesto. Porque sabe ser las dos cosas.

vender libros




Estos días he estado de feria. La revista universitaria de León ha cumplido veinte años en continuidad, y había que celebrarlo, porque no es cosa fácil para una revista universitaria superar un número tan grande de promociones sin haber cerrado en ningún momento.Bueno, pues el caso es que aprovechando este evento, hablamos con los organizadores de la feria Internacional del Libro y, muy amables, nos asignaron una caseta en la feria.Y ahí, justo ahí, fue donde empecé a ver lo que es vender libros, porque además de regalar ejemplares de nuestro periódico, postales, pegatinas y un poco de lo que había por el almacén para completar una retrospectiva de los veinte años, senos ocurrió poner a la venta un libro que habíamos editado años atrás.El libro es bueno. El libro es cojonudo. Recibió un premio muy importante, está bien editado, no era caro, y el autor, además de ser conocido, es de la tierra. Lo teníamos todo, y no veáis la epopeya que fue vender aquellos pocos ejemplares que vendimos. La gente va a las ferias con una bolsa a ver lo que puede atropar. Coge catálogos a pares, revistas que no leerá jamás, carteles por puñados y todo lo que pueda pillar a su alance. Algunos, además, piden bolsa.En cuanto al libro, no puedo menos de sorprenderme del modo de ojearlo que tenían muchos: pasaban las páginas como si quisieran abanicarse con ella, y volvían a dejarlo en su sitio: nunca llegué a comprender si querían saber de qué iba el texto o querían saber si estaba bien cosido. La leche.Por esto y llo que os iré contando según surja, permitidme un consejo: si algún día os entra la vena comercial, vended churros. Es mucho más gratificante. Seguro

Grupos



Los grupos de escritores se suelen caracterizar por que la gente que se reúne en ellos pasa más tiempo hablando de lo que quiere escribir, o de lo que va a escribir, que escribiendo realmente.Salvo la honrosa excepción del Tintero Virtual, un grupo de gente que cada semana cuelga sus relatos en el foro de Terra, no tengo vistas más que colecciones de monólogos donde toda disensión se resuelve con el salomónico subjetivismo de que hay gustos para todo.Y por supuesto que hay gustos para todo, pero para decir semejante cosa y llegar a la conclusión de que cada cual hace bien en mantener sus vicios, sus virtudes y sus manías narrativas no hace falta reunirse en ningún sitio.A veces llego a pensar si no será que la gente se reúne en esos grupos con intenciones muy distintas y si la literatura no será un pretexto, uno cualquiera, para conocer gente.A veces pienso, como decía Heine, si el laurel no será un simple preludio para el mirto.